Cuenta la historia que antes del juicio de Nuremberg, los nazis para que no los procesaran, salieron hacia todas partes del mundo. 

Y aún salir huyendo por la barbaridad cometida, querían intentar ganra dinero donde estuviesen. 

Uno de ellos sabiendo lo beneficioso que serían las sales marinas para la cosmética , en este caso alemana, se le ocurrió la idea de hacer una salina en Isla Cristina, provincia de  Huelva. 

De allí mandaría caminones hacia Alemania para la elaboración de cremas. Aún perseguidos seguían con el chips de enriquecerse a toda costa. Pero claro, éste en concreto fue detenido y enjuiciado, y su pequeña fortuna en la marisma de Isla Cristina, se quedó huérfana. 


Con el tiempo y el debido respeto y la documentación pertinente, una familia siguió explotando las minas de sal, y tenían que ponerle un nombre; optaron por "Las Salinas del Alemán".



Aunque paraje natural vistado por el género humano podimos observar las salicornias que salían por todas partes y muy conservadas por el personal de las salinas.



Como hábitat bien conservado, pudimos ver que la flora y en este caso, la fauna, anda como Pedro por su casa, y en un momento pude ver como un flamenco, buscaba en una de las salinas su alimento, sin molestarse por mi presencia.


En mi templo "Restaurante El Vagabundo Millonario" uso su sal desde que abrí. Recuerdo que en mi "Sashimi de Gamba con sales  Ecológica y Sésamo de Wasabi" un cliente me dijo que era muy reconocible la sal y de dónde era, ya que la  sal de las Salinas del Alemán es inconfudible por su sabor y por su olor, ya porque él se bañaba con ellas, una sorpresa para mí que la reconociera...

Como producto que no puede faltar en mi cocina, voy de vez en cuando por allí, sabía que habían baños de sales de Magnesio y era una causa pendiente. Pero esta vez cogí cita y me lancé a ello.

Si bien hacía frío y el sol estaba casi en su auge ya que nos encontramos en Septiembre, me metí en la piscina de Magnesio y como nos dijo la chica que nos instruía, flotaríamos como en el mar muerto. Me puse mi almohadilla en la cabeza y estuve casi meditando media hora, el máximo que concedía nuestra instructora. Cerré los ojos y me quedé flotando con la música de Enya , muy recomendable para la ocasión.


Una vez me levanté del baño, me fui a otra piscina y esta vez era para estar sentado con las piernas en la piscina y terminamos con un aceite de magnesio exfoliante.

La experiencia fue fascinante y creo que fue una de las grandes de lo último que he vivido.

Gracias Salinas del Alemán auque seguiré volviendo a comprar sal, volveré a la piscina (mi, a partir de ahora), cada vez que pueda.