“Libro de Arena”. Jorge Luís Borges.
18/10/2019 10:29 a
21/11/19 23:02
El otro.
Los buenos antecedentes: el verso azul de Rubén Dario y la
canción gris de Verlaine.
Lo sobrenatural si ocurre dos veces, de ja de ser aterrador.
Ulrica.
Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es
un don que ya no se espera.
El congreso.
No me duele la soledad; bastante esfuerzo es tolerarse a uno
mismo y a sus manías. Noto que estoy envejecido; un síntoma enívoco es el hecho
de que no me interesan o sorprenden las novedades, acaso porque advierto que
nada esencialmente nuevo hay en ellas y que no pasan de ser tímidas
variaciones.
Ya había cincelado alguno de los sonetos perfectos que
aparecerían después, con uno que otro leve retoque, en las páginas de”Los
mármoles”.
Beatriz no quiso ver el barco; la despedida, a su entender,
era un énfasis, una insensata fiesta de la desdicha y ella detestaba los
énfasis.
He notado que los vieajes de vuelta duran menos que los de
ida, pero la travesía del atlántico, pesada de recuerdos y zozobras, me pareció
muy larga.
No hay libro tan malo que encierre algo bueno.
Cada tantos siglos hay que quemar la biblioteca de
Alejandría-
Las palabras son símbolos que postula una memoria
compartida.
There are more things.
Sentí que lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja,
ya inútil , de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos. El hombre
olvda que es un muerto que conversa con muertos.
Para ver una cosa hay que comprenderla.
La Secta de los Treinta.
Es la de los treinta piezas que arrojó para salvar almas y
después se ahorcó (Judas) y los treinta y tres que tenía el redentor.
La noche de los dones.
Cuando una cosa es verdad basta que alguien la diga una sola
vez para que uno sepa que es cierto.
En unas horas había conocido el amor y mirado a la muerte.
El espejo y la máscara.
Somos figuras de una fábula donde prima el númeo tres: tres
dones del hechicero, triadas y la trinidad.
Undr.
La primera mujer que tuviste te lo dio todo. La vida te lo
dio todo. Es undr (maravilla).
Utopía de un hombre que está cansado.
No hay dos cerros iguales pero en cualquier lugar de la
tierra la llanura es la misma.
Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que
vivo no habré pasado de media docena. Además no importa leer sino releer.
Cumplido los cien años , el individuo puede prescindir del
amor y de la amistad. Los males y la muerte involuntaria no lo amenazan. Ejerce
alguna de las artes, la filosofía, las matemáticas o juega un ajedrez
solitario. Cuando quiere se mata. Deño el hombre de su vida, lo es también de
su muerte.
En todo caso cada cual debe ser su propio Bernard Shaw,
Jesucristo y Arquímedes.
El Soborno.
Me dijeron que en los exámenes prefería no formular una sola
pregunta; inviataba al alumno a discurrir sobre tal o cual tema, dejando a su
elección el punto preciso.
Un pasaporte no modifica la índole de un hombre.
Avelino Arredondo.
Cada sábado los amigos ocupaban la misma mesa lateral en el Café Globo, a la manera de los pobres decentes que saben que no pueden mostrar su casa o que rehuten su ámbito.
Adiós a la tarea de esperar, ya estoy en el día.
Así habrán ocurrido los hechos, aunque de un modo más complejo; así puedo soñar que ocurrieron.
El disco.
El vagabundo tenía en las manos el disco Odín de una sola cara, aunque se lo quité , aun sigo buscándolo...
El libro de arena.
Un hombre vestido de gris de pobreza decente, que vendría de las Orcadas, vendía biblias. También tenía un libro sagrado de los confines de Bikanir. Abrí el libro y me dijo que lo observase bien, porque no vería más lo que vi. Era un libro sin principio ni fin, lo llamaba el libro de arena. No había ni paginas primeras ni últimas, era infinito. Le pregunté que si lo expondría en el Museo Britanico y me dijo que no, que era para mí. Le ofrecí por el libro un monto de mi jubilación y la biblia de Wiclif en letra gótica.
Un libro de caracteres extraños a dos columnas desgatadas, apretado y ordenado en versículos, en el ángulo superior cifras arábigas
No se lo enseñé a nadie. Aunque me quedaban pocos amigos, dejé de verlos, prisionero del libro.
El libro era mosntruoso pero no menos era yo, que lo percibía con los ojos, y lo palpaba con diez dedos y diz uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.
Pensé en el fuego (pero decliné por no fuese éste infinito también) pero leí que lo mejor para ocultar una hoja , el bosque.
Trabajaba en la Biblioteca Nacional y lo dejé donde se amontonaban periódicos y mapas. No quise volver por la calle Mexico.
Prólogo.
Prologar cuentos no leídos es tarea imposible, exige tramos que no se pueden contar
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